sábado, 28 de noviembre de 2009

El lado oscuro de la evolución: guerra biológica (parte I)

Los éxitos deslumbrantes de la sanidad pública en los años sesenta y setenta se nublaron en los ochenta y comienzos de los noventa. El resurgimiento de las enfermedades infecciosas se debió en parte a la disminución de la atención a y de la financiación de las instituciones sanitarias. Los éxitos cosechados y la obtención de tratamientos etiológicos efectivos disminuyeron la percepción de peligrosidad de estas enfermedades. Esta impresión se tradujo en una reducción progresiva de los presupuestos y en el desmantelamiento de estructuras de salud pública críticas, situación que afortunadamente tiende a superarse en la actualidad. Muestra de ello es la creación en Octubre de 1995 en la OMS (Organización Mundial de la Salud) de un departamento de enfermedades infecciosas y emergentes.

Pero algo tuvo que suceder para revertir la tendencia. En 1981 dos médicos californianos informaron de varios casos de pneumopatía atípica provocada por Pneumocystis carinii, un parásito habitualmente inofensivo para el hombre. Los afectados presentaban un síndrome de inmunosupresión grave, relacionado con un descenso notable del número de linfocitos circulantes. Eran los primeros casos descritos de SIDA, la enfermedad provocada por el VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana). Se cebaría inicialmente en los homosexuales, de la mano de la promiscuidad y la falta de precauciones, y en los consumidores de drogas, por el intercambio ritual de jeringuillas infectadas, antes de extenderse por todo el mundo. Originario del África subsahariana, el virus se transmite por contacto sexual y por derivados de la sangre y se produce el desmantelamiento del sistema inmunitario. Hoy la esperanza de una pronta vacuna se ha disipado, una vez conocida su capacidad de mutación, superior a la de la propia gripe. Aún aparecerían nuevas enfermedades infecciosas. A vuela pluma, recuérdense las terribles fiebres de Lassa, de Marburg y del Valle del Rift en África o la fiebre hemorrágica boliviana en América dle Sur, criptosporodiosis, legionelosis, virus de Ebola, enfermedad de Lyme, hepatitis C, síndrome pulmonar de hantavirus, Escherichia coli 0157, y el síndrome de choque tóxico.

Unos años antes de la detección de los primeros casos de SIDA, 25 personas que preparaban cultivos celulares enfermaron en la ciudad alemana nde Marburg. Siete de ellas murieron en pocas horas. Dos años más tarde, en 1969, en Lassa, Nigeria, una monja enfermó de fiebre hemorrágica y contagió a otras dos antes de morir. Un año más tarde se desató una epidemia en ese mismo hospital. El uso de jeringuillas no esterilizadas fue el origen de la propagación fulgurante de la epidemia. En 1976 apareció un virus desconocido de letalidad muy superior a los temidos Marburg y Lassa. La fiebre hemorrágica Ebola hizo acto repentino de presencia en Nzara, una ciudad meridional de Sudán. A la fiebre y el dolor de las articulaciones siguen luego vómitos negros, fallo renal y hepático, agarrotamientos, hemorragias por todos los orificios, choque y muerte. El virus prendió en un hospital de una ciudad cercana, donde mató a muchos pacientes y al personal médico. Dos meses más tarde apareció a 800km de distancia, en el rio Ebola de la región del Zaire, matando a 13 personas de las 17 de las que constaba el equipo técnico de un hospital misionaro y sembrando la muerte en varios pueblos.

Ninguno de estos nuevos agentes infecciosos, ni los virus de Lassa, Marburg, Ebola ni siquiera el VIH son realmente nuevos, tal como han demostrado los análisis de genética molecular. ¿Por qué hoy amenazan en Lassa, San Francisco o París? Los cambios ecológicos y de los comportamientos han puesto al hombre en contacto con reservorios salvajes que antes eran poco accesibles. El contacto accidental del hombre con especies portadoras de virus perfectamente adaptados a sus huéspedes puede producir enfermedades muy graves en las personas sensibles al agente infeccioso. Las fiebres hemorrágicas por arbovirus, filovirus (Ebola) o hantavirus resultan del contacto repetido con reservorios salvajes, como los de la selva ecuatorial. Los lentivirus, de los que deriva el VIH, están presentes en numerosos grupos de primates africanos. Su gran diversidad indica una larga fase de asociación entre el virus y el simio. Las transmisiones accidentales entre el hombre y los reservorios salvajes tuvieron que originar casos que inicialmente pasaron desapercibidos. Mucho más raramente se produce la enfermedad por la aparición de un virus nuevo. Ocurre así con el virus de la gripe. Sus variantes aparecen regularmente debido al estrecho contacto entre el hombre y los animales domésticos que sirven de reservorio al virus, como las aves, el cerdo y el caballo. nuevas cepas aparecen cada veinte o treinta años y desatan pandemias que afectan a un 80% de la población mundial.

Si bien pudiera esgrimirse que la aparición de nuevos agentes era algo imprevisible, la reaparición de enfermedades que se consideraban controladas podría refutar una excusa tan ligera. Resurge la tuberculosis. Más de un tercio de la población mundial está infectada por Mycobacterium tuberculosis, que continúa matando cada año a unos tres millones de personas, más que cualquier otro agente infeccioso; el 95% de ellas están en el tercer mundo. Se atribuye tamaña eficacia del agente a la magra respuesta inmunitaria, situación que se agudiza en muchos países por la malnutrición y el SIDA. Pese a la aplicación generalizada de la vacuna del bacilo Calmette-Guérin (BCG), ésta presenta graves limitaciones en su función preventiva. El tratamiento requiere además que los pacientes tomen grandes dosis de combinaciones de fármacos antibacterianos a lo largo de varios meses subsiguientes al diagnóstico, práctica que resulta de dificil ejecución en muchas partes del globo, amén de verse minada por la emergencia de cepas resistentes a la combinación de medicinas. También los países más desarrollados vuelven a padecer su azote. La ciudad de Nueva York experimentó a finales de los ochenta un aumento considerable de los casos de tuberculosis declarados, después de tres decenios de regresión de la enfermedad. se ha ensayado con éxito un tratamiento conocido como terapia de observación directa (TOD), que se basa en la administración de los fármacos en presencia de un especialista. Se supervisa así el cumplimiento de la medicación para evitar su abandono y el desarrollo de multirresistencias (que ya las hay).

En cuanto a la malaria, las esperanzas puestas en su erradicación se desmoronaron cuano se hizo evidente que los mosquitos habían adquirido resistencia contra el DDT y se descubrió que el insecticida terminaba por entrar en la cadena alimentaria, creando un grave problema sanitario y ambiental, sin excluir mutaciones graves. El propio Plasmodium se hizo resistente a la quinina y la cloroquinina. La malaria sigue afligiendo a unos 300 millones de personas a finales del siglo XX, muchísimos más que en 1960, con una tasa anual de mortalidad cifrada en torno a entre dos y tres millones de afectados. Si la pobreza es un aliado formidable de la propagación de las enfermedades infecciosas, en la malaria la asociación resulta palmaria; observamos así que en las naciones deprimidas del África subsahariana mueren por su causa cada año de 430.000 a 680.000 niños. El parásito modifica su constitución genética a mayor velocidad que la industria farmacéutica puede sintetizar y ensayar nuevas medicinas (las cuales pueden llegar a estimular la evolución del parásito). Algunos medicamentos recentísimos, como la Mefloquina, producen además importantes efectos secundarios. La ciencia, empero, no da por perdida esa batalla. Se ha observado que la tala de bosques y la roturación consiguiente de nuevos campos de labor han terminado con el medio donde medra Anopheles dirus, un vector de la malaria, en el sudeste asiáticoM otro tanto ha sucedido en América del sur con Anopheles darlingi. Aprovechando los avances de cartografía génica se ha diseñado un plan internacional consagrado a la secuenciación del genoma del Anopheles gambiae, el mosquito responsable de la propagancia de la enfermedad en África, donde mata a más de 800.000 personas anualmente. Eso significa que, con el progreso de la cartografía del genoma humano y el de Plasmodium, tendríamos el repertorio completo de genes de los tres actores del ciclo de la malaria.

La difteria ha vuelto a los países de la antigua Unión Soviética. La degradación de los servicios sanitarios y del nivel de salud pública tiene mucho que ver con la aparición de nuevas cepas de microorganismos que se creían vencidos con vacunas y antibióticos. Nunca se fue del todo el cólera. En 1961 brotó la séptima pandemia, en Indonesia. Su fuente era la nueva depa El Tor del Vibrio cholerae y se propagó por Asia y África a principio de los setenta. El Tor llegó a Perú en 1991. Con cadencia mensual iba extendiéndose de un país a otro del cono sur. A principios de 1992 había afectado a 400.000 iberoamericanos. Murieron cuatro mil. En 1992 una nueva cepa de V. cholerae azotó la India y Bangladesh, matando a 5.000 personas. Denominada cepa 0139 (nada menos que la cepa 139-ésima descubierta) no tardó en extenderse por el sudeste asiático y podría constituir el anuncio de la octava pandemia. Para explicar esa temida difusión del cólera se apela al cambio climático, que fomenta la propagación termoinducida de organismos planctónicos de las costas y estuarios en que se escuda y multiplica el vibrión causante.

To be continued...

0 comentarios:

Publicar un comentario