
Es un sorteo que se da cada nanosegundo, cada microsegundo, cada día o cada 50 millones de años. No tiene la misma vida media un prión que un elefante, y éste no tiene la misma vida media que un roble, un tejo o una encina, y por tanto no caben todos en el mismo sorteo. O sí que lo hacen, pero van en bombos distintos y por cada bola que sale para roble, han salido 10 para el elefante y 10.000 para el prión. Como premio de ese sorteo: la supervivencia. Sobrevivir al sorteo y tratar de matar el tiempo hasta llegar al próximo (¡como si se pudiera matar el tiempo sin insultar a la eternidad!). Aunque todo tiene su pero, cuando te toca la lotería ya no hay vuelta atrás, te llevas el premio sí o sí. Es decir, pese a que delfines y humanos seamos primos hermanos, no nos puede aparecer de golpe y porrazo una aleta o no se nos puede cambiar de golpe el oroficio nasal hasta una posición dorsal.
La naturaleza trabaja con lo que tiene, de ahí que haga chapuzas. De no ser así, en un plis crearía un bicho perfecto, cosa que no existe. Por tanto, la historia de cada ser vivo condiciona su futuro. Aunque, evidentemente, si la lotera que es la naturaleza así lo estipula, con el tiempo podría haber cierta convergencia; pero converger no quiere decir volver a tener, quiere decir encontrar una solución similar, no la misma, a un mismo problema, en tanto a lo largo de nuestra historia una serie de límites anatómicos se han impuesto y se debe lidiar con ello. Es más, a la naturaleza le gusta ser chapucera: en el momento en el que algún bicho se descarrila y se vuelve perfeccionista lo quita de en medio (<>
La naturaleza es caprichosa en su sorteo, como ya demostrara Heisenberg, así que más vale que vuestros bolsillos puedan sustentar vuestra participación si no queréis quedaros por el camino y que la naturaleza siga repartiendo suerte sin vosotros.
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